Lo escribo para que no se me olvide.
Últimamente, cuando se lo cuento a la gente, tengo una sensación creciente de surrealismo, como si no fuera a mí al que le pasó todo esto, como si lo hubiese sacado de una película antigua… y lo escribo por si pensáis que esto no puede pasar en nuestros días.
Lo cuento para que algún día cuando lo vuelva a leer sepa que fue real y no distorsione nada todo lo que me pasó. Ahí va:
Resulta que, antes de viajar a Bolivia los 5 meses, me planteé cómo tenía que arreglar el tema de visados, algo importante cuando vas fuera de tu país, comunidad fronteriza,porque sí, nos estamos malacostumbrando aquí en Europa a esto de pasar de país en país y que no te pidan ningún tipo de documento ni tengas que rellenar un formulario. Al hablar con una persona con cierta experiencia en el tema me recomendó lo siguiente: estar como turista el tiempo permitido (90 días), salir del país antes de que se cumpla el plazo y volver a entrar de nuevo como turista y estar otros 90 días. Y esto se sigue recomendando, y AVISO, ya no se puede hacer así. Quizás antes podías salir, tomarte un café en Perú o Argentina y volver a entrar como si nada hubiese pasado. Pero ya no. Ahora a los turistas solo se les permite estar 3 meses POR AÑO en el país. Es decir, estás de abril a junio y hasta abril del siguiente año no podrías regresar. Es una cosa que no se entiende, pero bueno, es así. Esto lo sé ahora, pero en su momento yo entré a Bolivia como turista, siguiendo las recomendaciones que me habían dado.
A esto que va llegando la fecha de cumplir los 90 días en Bolivia, y pienso en el viaje a Perú, a ver a un amigo durante unos días, para volver a entrar sin problema. Hablando con gente y preguntando un poco, enseguida me informo de que lo de salir y volver a entrar ya no es posible, han cambiado las leyes y ahora eso no está permitido. Bien. Fui varios días a la oficina de migraciones de Potosí a preguntar cómo podía salir y volver a entrar sin tener dificultades, y cada día volvía sin obtener una respuesta clara de mis «colegas» de oficina. Como ya tenía planeado el viaje y estaba metido en la rueda del noséquémáshacer, salí de Bolivia sin tener seguro cómo podría volver, pensando en arreglar todo en la embajada de Bolivia en Cuzco.
Al pasar la frontera de Bolivia-Perú, en Desaguadero, tuve que pagar 20 bolivianos (2 euros) por cada día que había estado de más, habiendo cumplido los 90 días. Pagué unos 2o y pico euros. Y además, no sellé la entrada en Perú. No me preguntéis ahora porqué no. ¿Estaría dormido? (son muchas horas Potosí-La Paz-Cuzco en autobús) ¿Quizás me pensé que el control vendría más tarde y nos obligarían a entrar? ¿O simplemente me imaginé como en Europa que pasas de España-Portugal como Pedro por su casa? Creo que un poco de cada es la mejor explicación.
En fin, la situación es que llegué a Cuzco como «ilegal». Y sin saber cómo volver a Bolivia.
A partir de aquí, mi idea era ir al consulado de Bolivia en Cuzco, consultar todo el tema para poder sacarme un visado como voluntario/cooperante y que además fuese gratuito. Pregunté todo esto y la única respuesta un poco útil que recibí fue que para sacarme un visado de cortesía (que era el visado que yo buscaba), tenía que irme a Lima y preguntar allí en la embajada de Bolivia. Bien. No estaba en mis planes hacer tal cosa, por tiempo (un par de días más al menos), por dinero, por el viaje en sí… nada, decidí arriesgarme a volver a entrar en Bolivia como turista (otros 90 días) sin que viesen en Desaguadero los sellos de mi anterior estancia. ¿Cómo? Muy fácil y sencillo, pegando las páginas del pasaporte donde estaban estos sellos. Si vieseis cómo era el puesto fronterizo de Bolivia en Desaguadero entenderíais que quisiera hacer tal cosa, ya que los registros informáticos a nivel nacional es algo de lo que todavía carecen allá. Y sí, yo pensaba en volver a entrar en Bolivia; quizás lo de salir por Santa Cruz (donde algún ordenador tendrían) a mi vuelta a España sería distinto, pero mi objetivo principal era ese, regresar sin más problemas a Potosí para continuar mi estancia.
Pasan los días en Cuzco, magníficos, y llega la hora de regresar a Bolivia, en el mismo bus que de vuelta: Cuzco-La Paz. Y ahí voy, con mi pasaporte de páginas pegadas… Y ahora es cuando llega el problema de no haber sellado la entrada en Perú. Obviamente, pasé la frontera sin sellar salida peruana y cuando me iban a sellar la entrada boliviana me piden precisamente esos sellos, la salida de Perú. Aquí empieza lo bueno. Como no tengo esos sellos y los necesito para entrar en Bolivia, vuelvo a la parte peruana, a la oficina de migraciones a ver si me pueden sellar la salida. Pero claro, ellos necesitaban la entrada a Perú para sellar la salida, y para sellar tal entrada necesitaban la salida de Bolivia, de al menos ese día. La idea era: salgo ese día de Bolivia, entro y salgo de Perú en el mismo día y vuelvo a Bolivia, como turista claro. Resumo un poco todo porque fueron varios paseos que me dí pasando el puente de Desaguadero hasta que supe todo esto. Sellar la salida de ese día de Bolivia suponía pagar la diferencia de días que había estado en Cuzco, y con todo el lío la funcionaria de la oficina de Bolivia ya me había visto los antiguos sellos. Soy yo el que pregunta si haciendo todo eso que me pedían me iban a volver a dejar entrar de todas formas como turista otros 3 meses, sin mayores problemas, a lo que me contesta que no, que ya se pasaron los 90 días anuales que puedo estar. La única solución que me da es ir hasta Puno (totalmente fuera de mi ruta) y sacar un visado por objeto determinado (que no es gratis, vale unos 60 euros). A todo esto, mi autobús a La Paz (y sus pasajeros) están esperándome fuera. Un poquito harto de no encontrar la solución que quería, les cuento que de todas formas tengo el viaje a La Paz para hoy y no puedo retrasarlo, y que voy a entrar aunque no tenga los sellos correctos. La indiferencia boliviana (un poco generalizada entre la población) de la funcionaria y de los guardias (policías, militares, no sé…) que estaban observando todo me deja pasmado, así que salgo y les cuento todo el rollo a los conductores del bus. Muy amables, me explican que llegando a La Paz hay un control militar de pasaportes y que cuando llegue me llamarán para pasar a la parte de delantera del bus, donde van ellos, ya que ahí no entra el militar revisor de documentos y podría pasar sin problemas. Ellos no quieren retrasar su llegada a La Paz con ningún tipo de problema y tampoco crear problemas a los pasajeros, así que su decisión me parece, por lo menos, la más viable.
Llega el momento. Se para el bus. Miro por la ventana el puesto militar. Yo, tranquilamente en mi asiento de la planta baja del bus. Uno de los conductores abre la puerta de su cabina y me da una señal. Cojo rápidamente todas mis cosas (no puede haber evidencias de mí en el bus) y sigo al tipo a la parte delantera. Me indica un cuartito/armario grande donde se guardan las mantas del bus, y ahí me meto, con abrigo y mochila a medio cerrar. En ese momento oigo al militar entrar y recorrer todo el bus. Cuando pasan unos 5 minutos, el autobús arranca y el amigo conductor me dice que ya puedo salir. Vuelvo a mi sitio con total normalidad. Prueba superada. Respiro.
Llego a La Paz, paso el finde con unos amigos y regreso a Potosí. Quería solucionar todo el tema del visado allí mismo, en la oficina de migraciones y que por supuesto, la Pastoral de Cáritas me echase una mano. Resulta que en esos días estaba una estudiante de la universidad pasando sus prácticas de Relaciones Internacionales en la organización, y en ella se apoyaron para que me ayudase.
Tras varias visitas de nuevo a la oficina de migraciones y con una mejor atención (mi nueva amiga ayudaba), consigo solucionar todo de la siguiente manera. Me hago un visado por objeto determinado (60 euros) que es válido para un mes (lo que me queda) y además pago una multa por evasión de frontera (30 euros). Con esto, se supone, está todo solucionado.
De nuevo el tiempo pasa y llega el día de regresar a España, o lo que iba a ser más difícil, salir de Bolivia. Es 21 de junio, día del nuevo año Aymara. Se celebra en toda Bolivia viendo el amanecer del dios Inti (Sol). Estoy con una amiga en Cochabamba y por supuesto no nos podemos perder esta fiesta/ritual del amanecer. Con sus amigos y saboreando coca al calor de las k’oas, esperamos pacientemente a que amanezca, jugando con el tiempo de salida de mi avión de Cochabamba a Santa Cruz (primer vuelo). Y arriesgamos mucho, así que, aun sin llegar a amanecer, nos despedimos y rápidamente empieza la carrera por llegar al aeropuerto a tiempo. Carrera en taxi a casa a por las maletas (dos más la de mano) y de nuevo veloces al aeropuerto. Como en una película, pagamos un poco más si el taxista se da caña. No sirve de mucho puesto que al llegar al aeropuerto ya han cerrado la facturación de maletas, y rogando, consigo que me dejen subir una conmigo al avión. Con mil disculpas por parte de mi amiga, dejo una de las maletas (la que llevaba regalos básicamente) en Cochabamba. No puedo entretenerme más, así que me despido y pongo rumbo a Santa Cruz.
Al llegar tengo más tiempo hasta el nuevo vuelvo (Santa Cruz-Madrid), así que ya todo con más calma. Me llama mi amiga y me dice que ha conseguido enviar mi maleta como paquete en otro avión que llega a Santa Cruz a tiempo para facturarla en mi otro vuelo. Después de preguntar en un sitio y en otro consigo recuperarla (¡por fin!). No se explican que esa maleta venga de Cochabamba porque según ellos vino hace horas de Tarija, que es lo mismo que si algo que te envían de Barcelona a Madrid te dice que eso llega días y que vino en un vuelo de Sevilla. Inexplicable, pero no quiero preocuparme más. Lo importante es que tengo mi maleta en mi poder. Y ahora sí, facturo ambas con tiempo y todo parece ir bien al fin. O eso creía yo, porque el momento más angustioso estaba aun por llegar.
Estoy en la cola de revisión de pasaportes, listo para entrar a la puerta de embarque, con unos 40 minutos antes de la salida del avión. La gente va pasando poco a poco y sin problemas. A esto que va llegando mi turno y un policía decide echar un vistazo a mi pasaporte antes de que lo revise el funcionario correspondiente. Pone una cara rara y me dice que espere. Va donde otro colega y empiezan a comentar mirando las páginas de mi pasaporte. Debe ser curioso porque entre los sellos antiguos, los del nuevo visado, los del pago por evasión de frontera y el resto, se deben estar haciendo muchas preguntas. Así que me llaman y me piden explicaciones. Va toda la historia de nuevo. Creo que hasta se ríen cuando ven el sello del Machu Pichu en mi pasaporte (la única evidencia de que estuve en Perú). Como veis, la fecha se truncaba al sellar, y todo esto más la historia de cómo entré les debe resultar bastante inverosímil.
Al rato, tengo que contar lo mismo al director de la oficina. Resulta que los códigos del visado que me han hecho en Potosí no cuadran con los de mi pasaporte: se supone que la nueva entrada es desde Chile y no desde Perú como les estaba contando. Después de hacernos entender costosamente, el director me pide los resguardos de los pagos del visado y de la multa, que por casualidad cogí en el último momento y metí, sí, en la una de las maletas que están ya facturadas. Ahí ya los de migraciones poco pueden hacer. Fantástico. Les pido entonces que hagan el favor de llamar a un funcionario del aeropuerto que me ayude a poder bajar a coger esos resguardos y cuando llega uno, vuelta a explicar toda la historia. A todo esto, el tiempo pasa, y la hora de salida del avión se acerca. El funcionario, un poco más simpático que los policías y el director de la oficina, llama por walki a sus compañeros que están en las bodegas de los aviones, para ver si es posible lo que le pido. Por el walki oigo yo mismo: «imposible sacar nada ya…las maletas están dentro ya.». Perfecto. Pero resulta que un avión no puede despegar si el pasajero no embarca y sus maletas están dentro del avión (cosa que hasta ese día no sabía) así que tienen que buscar mis maletas para dejarlas en tierra si yo al final no consigo pasar el control. A todo esto ya me empiezo a poner nervioso por la gran ayuda que recibo. Estoy sin saldo en el móvil (se me agotó llamando al directo de la Pastoral en Potosí), estoy casi seco de bolivianos (la tasa por salir del aeropuerto es magnífica) y el tiempo sigue corriendo, con lo que quedan pocos minutos para que el avión despegue. Esta desesperación hace que subo mi tono de voz, y como consecuencia llega una funcionaria-jefa del aeropuerto a ver qué está pasando. Me aconseja que no grite al director ya que así solo iba a conseguir lo contrario de lo que buscaba (¡¿qué culpa tenía yo de que sus compañeros de Potosí lo hiciesen todo mal?!) y por fin, después de insistir, consigue que baje con su compañero a buscar los resguardos a mi maleta. Me dan un chaleco reflectante y pasando todos los controles vamos a la bodega, ya en pista, donde están mis maletas separadas del resto (dispuestas a quedarse supongo). Cojo a toda prisa los resguardos y ordeno a la gente que me observa que vuelvan a meter mis maletas en el avión.
La hora de salida del vuelo ya ha pasado, pero ahí sigue el avión, y cuando paso de nuevo los controles de vuelta, veo que ya queda poca gente para embarcar. Llego con los resguardos a la oficina del director de migraciones, que, sin casi mirarlos, los coge y me sella el pasaporte que amablemente me han guardado durante más de tres cuartos de hora. Entrego el chaleco y doy las gracias por todo al funcionario que acompañó. Paso de nuevo el control y llego a la puerta de embarque, con las últimas cuatro personas que quedan por entrar. Un nuevo control de drogas, con perros adiestrados, es lo que me ha salvado de que el avión no salga a tiempo: es lento y exhaustivo. Pero al fin, entro en el avión y me siento en mi plaza, sudando y sin moverme ya de ahí. Objetivo conseguido.
El resto del viaje y la llegada a España fue sin problemas, pero el día que pasé para salir de Bolivia compensó toda la tranquilidad posterior.
Conclusiones de todo esto: muchas. Prever con tiempo los visados es, en definitiva, la más importante, pero de todo lo vivido se aprende, y la experiencia que tuve con los visados, con los funcionarios de migraciones, con la policía, militares y demás gente con la que tuve que tratar no me la quita nadie, ni para lo bueno ni para lo malo. Ahí queda esto, como dije al principio, para que en próximos años lea y no olvide que esto me pasó hace ya casi un año, tal y como lo cuento. Y que conste también que, aunque tuve momentos de pensar lo contrario, deseo volver a Bolivia y a Potosí en cuanto pueda. Porque al fin y al cabo, son estas experiencias, las buenas y las no tan buenas, las que recordamos por tiempo, y mientras pueda, quiero seguir viviéndolas.